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La verdad tras la mentira, la ficción y el sinsentido.

Jennifer Bencomo Solórzano
16 de junio, 2023

La verdad tras la mentira, la ficción y el sinsentido.

Don Quijote de la Mancha, obra de relevancia en la literatura mundial, influyó en los escritos posteriores durante su época y sigue influyendo a lectores y escritores de hoy en día. Es una obra tan compleja y cargada de múltiples y variados elementos que resulta una tarea casi quimérica desglosar y descifrar todos ellos. Teniendo en cuenta esto, en este trabajo trataremos un foco central, más no el único, de la obra cervantina: La ficción y la realidad. La locura y fantasía que van a la par de la cordura y verosimilitud en sus páginas.

El texto nos presenta el mundo que se desarrolla desde dos ópticas diferentes: la del narrador, que no demora en mofar o resaltar la condición poco cuerda de Don Quijote desde el inicio: «Con estos iba ensartando otros disparates, todos al modo de los que sus libros le habían enseñado» (Cervantes 23). Y la óptica del caballero mismo, el cual introduce al lector a su mundo imaginativo y fantasioso. Acción que logra al describir lo que perciben sus sentidos, sumergiendo de esta forma al lector en su propia realidad. La obra y, no tanto la voz narrativa, sino el caballero andante, otorgan la libertad al lector de elegir una realidad para imaginar y permanecer. En una o en la otra. La visualización de un hombre tragado de pasión, ilusión y literatura arremetiendo contra lo que, cree, son gigantes. O meramente visualizar a aquel hombre desgarbado y con limitada lucidez mental cazando unos molinos. También existe, por supuesto,  la elección de visualizar ambas a la par. Y comprender que hay más de una realidad.

Un tema comúnmente tratado en filosofía es el significado de la realidad. Y si bien la realidad se suele comprender como algo concreto, también se habla de una realidad subjetiva dependiente de la percepción de quien la recibe e interpreta. Este es el motivo o causa que sustenta el argumento del entremés del mismo autor, El Retablo de las Maravillas. En este entretenido relato se puede apreciar cómo personajes, que serían percibidos por todos los escépticos que rodeaban a Don Quijote como hombres cuerdos, ponen en duda su propio sentido de lo real y sucumben ante una ficticia realidad. Sus percepciones de «¿qué es lo que es real?». se vieron modificadas por estar rodeados de cada vez más Quijotes. 
Esto haría, entonces, al caballero de La Mancha un ser cuerdo y de saber si se hubiese visto rodeado de otros fieles creyentes de la fantasía y la literatura en vida. La fantasía se habría tornado en realidad gracias a la mayoría en un pacto ficcional. Mientras que aquellos que se mofaban, o bien cederían ante la ilusión, o serían los denominados «locos».

Incluso cuando ese no es el caso, la obra de Don Quijote introduce, además, una tercera óptica o perspectiva: el mundo visto a través de los ojos y razonamiento de Sancho Panza. Aquel acompañante del protagonista que constantemente viaja, a lo largo de las páginas, entre el creer y el descreer, aquel que «maneja con acierto las ideas. Pero se paraliza su mente al entrar en el reino de los pensamientos abstractos, los fantasmas y los encantadores» (Madariaga 131), y aún así, acaba cediendo ante el sinsentido cuando le parece una explicación lo suficientemente plausible. La perspectiva de Sancho es, tal vez, la más acertada del libro por tratarse de la más neutral. Dado que no solo representa un balance sino que aparenta tener un pie en ambos mundos. En el ilusorio y fantástico, y en el mundo real, que lo cierto es que sigue siendo ficción para esta realidad. Este manejo de Cervantes para la ficción y la realidad resulta no solo peculiar, sino además icónica.  Lo cierto es que los personajes más cuerdos y juiciosos de la obra perciben como real lo que para el lector solo es ficción, y a su vez esa ficción ronda en el mundo real del lector. Esto es demostrado con las múltiples menciones de autores y de sus obras que hace Miguel de Cervantes en su escrito. Los personajes ficticios leen a autores reales. Una concepción maravillosa que llega a su cima con la propia mención del autor de Don Quijote. Cervantes existe en el mundo en el que el caballero vive sus aventuras, unas aventuras escritas por su propia mano. Esto da la imagen de una obra lúdica y grandiosa. Cervantes juega, no hay otra palabra para describirlo, con la metaficción. Un término que se crearía muchos años después de la publicación de Don Quijote de la Mancha.

Hay realidad en la ficción y también ficción en la realidad. No solo acaba ahí, porque también nos encontramos con ficción dentro de la ficción con cada cuento y maravilla implausible que pasa por las manos de Don Quijote. Un mundo donde, citando a Madariaga, la muerte de la ilusión es la cordura (136).

Pese a que al afamado caballero se le conozca por su asegurada locura, y se describa su alma como «un campo en que luchan la imaginación creadora de quimeras con el sentido que las devora» (Madariaga 160), hay otras formas de entender a Don Quijote. Esto podría ser relacionándolo con Chanfalla y Chirinos, quienes afirmaban con vehemencia y convicción su mentira, o fantasía, mientras conocían lo que ocurría en la realidad ficticia. Si para Alonso Quijano este es el caso, veríamos a alguien que, posiblemente hastiado de su vida, se sumergió en un autoengaño profundo, un juego de rol con un personaje ideal y personalizado, y se tornó él mismo en la ficción que anhelaba.

Argumentándose en escenas de la obra cervantina donde Don Quijote muestra un sentido de sobriedad de su imaginario, como al hablar de Dulcinea de esta manera: «Yo imagino que todo lo que digo es así, sin que sobre ni falte nada, y píntola en mi imaginación como la deseo, así en la belleza como en la principalidad» (Cervantes 144), González considera que: «Su locura parece consistir, únicamente, en no aceptar la realidad que le tocó vivir y añorar, en cambio, otra supuesta realidad en la que los valores morales y caballerescos predominaban sobre la corrupción e inmoralidad del momento». Y ciertamente, él se propone a luchar contra ese mundo corrompido y cruel. Una lucha que le hace darse un mayor valor a sí mismo. Incluso, González propone otra interpretación que argumenta de la siguiente manera:

«Su aparente locura se podría interpretar, incluso, como una metáfora de carácter sumerio: “quiere hacerse un nombre” (existir), desea una existencia distinta de la habitual. Gilgamesh trató de conseguir la inmortalidad (aventura más descabellada que la de Don Quijote) y nadie le tilda de loco».

Don Quijote lucha no solo por reconocimiento, sino también teniendo presente sus ideales y valores. Chanfalla y Chirinos llevaron a cabo su teatro con unas intenciones diferentes a las del caballero de La Mancha, una diferencia notable incluso si se considera que Don Quijote pudo haber estado montando un teatro similar. En su caso, no solo un engaño para los otros, sino para él mismo también. Y distanciándose aún más del engaño de Chirinos y Chanfalla, el mismo Don Quijote de La Mancha clama: «No se pueden ni deben llamar engaños los que ponen la mira en virtuosos fines».


Bibliografía

De Cervantes, Miguel. El ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha. Conmemoración IV
Centenario de la Segunda Parte del Quijote. Lemir 19, 2015.
De Madariaga, Salvador. Guía del lector del Quijote. Ensayo Psicológico sobre el Quijote. 
Selecciones Austral. Espasa-Calpe S.A. Madrid, 1976.
Rodríguez González, Ángel. Realidad, ficción y juego en el Quijote: Locura-Cordura. 
Santiago, Chile. Número 67, pp. 161-175. 2005.
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